Santiago
de Compostela, 25 de Julio; el tesoro de las cuatro sotas
Noe caminó entre los frondosos
árboles erguidos a ambos lados del paseo. Cruzó hacia la entrada a la zona
vieja de la ciudad y tras recorrer la Rúa da Raiña, se adentró en la Plaza del
Obradoiro, el centro monumental de la ciudad, en la que se según contaba la
tradición, hacía siglos se albergaron los talleres de canteros que trabajaron
en la construcción de la fachada barroca de la Catedral, que dominaba imponente
la plaza dando la bienvenida a los peregrinos que llegaban por el milenario
Camino de Santiago.
Las coordenadas del juego
llevaron a Noe a uno de los laterales del Palacio de Raxoi, sede actual del
Ayuntamiento, frente a la Catedral y al mismo tiempo custodiado por los
edificios que cerraban la plaza; el Hostal de los Reyes Católicos, hoy parador
nacional, en su día hospital de peregrinos y el Colegio de San Xerome, sede del
rectorado de la Universidad.
Allí estaba Noe, frente a la
manifestación arquitectónica de los principales símbolos de la vida de la
capital gallega: la religión, la educación, el viajero y la Administración.
Sus últimos pasos la acercaron a
la balconada lateral del Palacio, justo sobre las dependencias de la policía
local y frente a la iglesia de San Fructuoso, decorada por las cuatro virtudes
cardinales, aunque conocida por los lugareños, como la iglesia de "las
cuatro sotas de la baraja".
La iglesia de "Las Angustias
de Abajo", dedicada a San Fructuoso, asumió el nombre del obispo de
Tarragona, que dicen fue víctima de la persecución orquestada por los
emperadores Valeriano y Galieno, quienes hacia la segunda mitad del siglo III,
ordenaron su martirio hasta la muerte. En su memoria, ya bien entrado el siglo
XVIII y al típico estilo barroco compostelano, Lucas Ferro Caaveiro firmó el
proyecto inicial de aquella obra monumental, frente a la que Noe se encontraba
en aquel instante.
Noe consultó nuevamente las
coordenadas marcadas por el GPS de su teléfono móvil y se cercioró de que se
hallaba en el lugar exacto indicado por el juego.
Allí, bajo el suave sol de un 25
de Julio, siglos de historia la contemplaban al son de la música de las
legendarias gaitas que, aprovechando la singular acústica del lugar, daban la
bienvenida al día de la patria gallega.
No le costó mucho descubrir las
cuatro virtudes que custodiaban el campanario.
Más tiempo le llevó localizar la
escalofriante imagen de una calavera y el inquietante mensaje escondido en el
muro sur de la capilla, a unos tres o cuatro metros de altura y en el que se
leía:
"Ut video vidi. Sicut me
videtis videtis"
Noe introdujo en Google la frase
en latín y en un instante el enigma se transformó en un proverbio que ahora ya
podía entender: "Como te ves, yo me vi. Como me ves, tú también te
verás".
Ciertamente, sobrecogía.
No podría asegurar con certeza el
tiempo que hubo de emplear en escudriñar con disimulo los entresijos de los muros
y la balconada que se abría ante sí. Hubiera jurado que no fueron tantas, pero
el reloj de su teléfono delataba que había necesitado cinco horas para
encontrar entre los líquenes y el musgo de la oquedad del granito, lo que
parecía el envase hermético de plástico negro de un carrete fotográfico de
35mm.
Lo había conseguido. Había
descubierto su primer tesoro. Sólo le restaba firmar la bitácora, conocer el
reto y: cumplirlo.
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