Santiago
de Compostela, ruela das ánimas
Por aquél entonces, los jóvenes
estudiantes aprovechaban la ocasión que se les brindaba en ciertos foros ante
la posibilidad de acudir a los estrenos de las películas que meses antes habían
sido visionadas en otros países. El éxito que les precedía, aumentaba más si
cabe, la ansiedad por ser partícipes de las historias contenidas en sus
argumentos y la imperiosa necesidad de conocer y sumergirse en su esencia.
El club de lectura del Colegio,
creado por iniciativa del teólogo toledano y subdirector del centro, había dado
a conocer al reducido número de voluntarios en la actividad, los poemas de Walt
Whitman sobre Abraham Lincolm y los versos de Robert Herrick, "recoged las
rosas mientras podáis", expresión que algunos identificaban con el verso
más antiguo, de Virgilio: "carpe diem". La idea de vivir el instante,
el afán de aprovechar el momento o el "recoger la cosecha del día",
siempre había sido consustancial a la juventud e incluso a la propia
adolescencia; edades en las que apurar la vida, era una simple necesidad.
Por ello quizás, el estreno de
aquella película marcó a toda una generación de jóvenes espectadores, no sólo
por su mensaje de vivir a contracorriente, sino porque llegó en el momento
justo en el que todas nuestras ideas preconcebidas sobre el mundo en el que
vivíamos se venían abajo unas detrás de otras. Meses antes de que el muro de
Berlín cayera, la idea de la aventura en busca de nuevos horizontes y nuevas
perspectivas o el propio cuestionamiento del statu quo en el que se sumergía la
película protagonizada por Robin Williams, encontraron el caldo de cultivo
perfecto en aquéllos jóvenes universitarios Santiagueses, que encontraron en
los sentimientos de Ethan Hawke o Robert Sean Leonard, y en las enseñanzas del
profesor Keating, la esencia misma de las vidas que ellos mismos deseaban
llegar a encontrar: vivir, sentir.
Fue el propio "caché"
quien, a la salida del cine y entre las cervezas que amenizaron la tertulia
sobre la película, propuso a sus contertulios fundar su particular Club de los
poetas muertos. Hurgarían en la vida hasta encontrar la esencia de los
sentimientos, hasta reinar libres, en el imperio de los sentidos.
Una máxima inquebrantable se
impuso entre los fundadores; el secreto y el anonimato ante los ajenos a su
nuevo mundo.
Aquella noche, en la ruela das
ánimas, junto a la capilla del mismo nombre y frente a la iglesia de Santo
Agostiño, entre los efluvios de un wisky barato sumergido en enormes jarras de
cerveza, nació un club secreto y "caché", también conocido como
"gepese" o "espectro", fue nombrado Capitán, al grito
unánime de los presentes; ¡¡Oh, Capitán, mi Capitán¡¡.
“¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán! Nuestro viaje ha terminado;
el buque tuvo que sobrevivir a cada tormenta, ganamos el premio que
buscamos;
el puerto está cerca, escucho las campanas, todo el mundo está
exultante,
mientras siguen con sus ojos la firme quilla, el barco severo y
desafiante:
Pero ¡Oh corazón!¡Corazón!¡Corazón!
oh, las lágrimas se tiñen de rojo,
mi Capitán está sobre la cubierta,
caído muerto y frío.
¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Levántate y escucha las campanas;
levántate, izan la bandera por ti, por ti suenan las cornetas;
por ti ramos y cintas de coronas, por ti se amontonan en las orillas;
Por ti llama la influyente masa, giran sus rostros impacientes;
¡Aquí Capitán!¡Querido padre!
Este brazo bajo tu cabeza;
Es como un sueño sobre la cubierta,
Has caído muerto y frío.
Mi capitán no responde, sus labios están pálidos e inmóviles;
Mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad;
El barco está anclado sano y salvo, el viaje ha terminado y se ha
hecho;
De un viaje temeroso, el barco triunfador, entra con su objetivo
realizado;
Exultamos, ¡oh costas y tañidos, oh campanas!
Pero yo, con triste pisada
Camino en cubierta donde está mi Capitán
Caído muerto y frío.”
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