El preludio
Noe recogió su tarjeta magnética
en la recepción del hotel. Mientras la amable recepcionista registraba su
entrada e introducía sus datos personales en el "cardex", no puedo
evitar sentirse observada, vigilada, como si todos cuantos la contemplaban
supiesen la verdadera razón que la había llevado allí.
Acariciaba con cierta ansiedad la
banda magnética de aquella tarjeta, como intentando borrar los datos que
delataban su presencia. Es curioso que pocas personas conocen los datos que
ocultan tan insignificante trocito de plástico. Nombre, apellidos, domicilio
del huésped, su identificación, entradas y salidas, número de tarjeta de
crédito, datos bancarios; en fin, la vida íntima de quien se hospeda en un
hotel. En cierto modo, Noe se sentía incómoda pensando en que toda aquella
información estaba en manos de todo el personal del establecimiento que tenía
acceso al scanner del hotel y que con frecuencia no se eliminaba tras el check
out.
Fuera como fuera, su desasosiego era superado por la curiosidad que la había tenido intrigada toda la velada. Ansiaba encontrarse a solas en su habitación, despojarse de sus miedos y descubrir los misterios de aquella cita. Sólo recordar los pasajes de su ingreso en el club, la hacían querer volver a sentir aquellas experiencias una vez más.
Noe entró en la habitación,
introdujo su tarjeta en el mecanismo situado en la parte posterior de la puerta
de entrada y el código oculto de su banda magnética iluminó la estancia. Se
sintió aliviada, se sintió segura. Percibía una agradable fragancia a rosas y
el suave aire freso condensado por el sistema de refrigeración le recordó la
brisa de su Donosti natal.
Suspiró profundamente. Sus labios
dibujaron una sonrisa cómplice y se acercó al escritorio. Sobre él, posaban
majestuosas doce rosas rojas, una sorpresa envuelta en elegante papel de regalo
y una nota oculta en un sobre en el que aparecía escrito en tinta azul, su
nombre.
Sus desvelos se apaciguaban, sus miedos desaparecían, se desvanecían
sus temores pero crecían sus ansias, sus deseos de saber más, sus anhelos por
una noche más, por sentirse acariciada, poseída, compartida. No tardó en descubrirse
envuelta en la soledad íntima de su habitación. Su mente viajaba a momentos
pasados, a los secretos de sus vivencias recientes, a la sensualidad de sus
encuentros, al mágico roce de sus suspiros y a las imágenes de las experiencias consumadas.
Su cuerpo se entregó al suave roce de sus dedos consumiendo la insoportable
levedad del tiempo que faltaba para su anunciado encuentro.
(...)
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