Mi mundo virtual

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Invitación

Si me lo permitís, os quiero contar una historia, pero no la leáis. Vividla mientras os la escribo. Disfruto de los sueños escribiendo sobre ellos, te invito a poner imágenes a mis palabras en el Club de los poetas muertos.

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sábado, 10 de mayo de 2014

El preludio

El preludio

Noe recogió su tarjeta magnética en la recepción del hotel. Mientras la amable recepcionista registraba su entrada e introducía sus datos personales en el "cardex", no puedo evitar sentirse observada, vigilada, como si todos cuantos la contemplaban supiesen la verdadera razón que la había llevado allí.

Acariciaba con cierta ansiedad la banda magnética de aquella tarjeta, como intentando borrar los datos que delataban su presencia. Es curioso que pocas personas conocen los datos que ocultan tan insignificante trocito de plástico. Nombre, apellidos, domicilio del huésped, su identificación, entradas y salidas, número de tarjeta de crédito, datos bancarios; en fin, la vida íntima de quien se hospeda en un hotel. En cierto modo, Noe se sentía incómoda pensando en que toda aquella información estaba en manos de todo el personal del establecimiento que tenía acceso al scanner del hotel y que con frecuencia no se eliminaba tras el check out.

Fuera como fuera, su desasosiego era superado por la curiosidad que la había tenido intrigada toda la velada. Ansiaba encontrarse a solas en su habitación, despojarse de sus miedos y descubrir los misterios de aquella cita. Sólo recordar los pasajes de su ingreso en el club, la hacían querer volver a sentir aquellas experiencias una vez más.

Noe entró en la habitación, introdujo su tarjeta en el mecanismo situado en la parte posterior de la puerta de entrada y el código oculto de su banda magnética iluminó la estancia. Se sintió aliviada, se sintió segura. Percibía una agradable fragancia a rosas y el suave aire freso condensado por el sistema de refrigeración le recordó la brisa de su Donosti natal.

Suspiró profundamente. Sus labios dibujaron una sonrisa cómplice y se acercó al escritorio. Sobre él, posaban majestuosas doce rosas rojas, una sorpresa envuelta en elegante papel de regalo y una nota oculta en un sobre en el que aparecía escrito en tinta azul, su nombre. 

Sus desvelos se apaciguaban, sus miedos desaparecían, se desvanecían sus temores pero crecían sus ansias, sus deseos de saber más, sus anhelos por una noche más, por sentirse acariciada, poseída, compartida. No tardó en descubrirse envuelta en la soledad íntima de su habitación. Su mente viajaba a momentos pasados, a los secretos de sus vivencias recientes, a la sensualidad de sus encuentros, al mágico roce de sus suspiros y a las imágenes de las experiencias consumadas. Su cuerpo se entregó al suave roce de sus dedos consumiendo la insoportable levedad del tiempo que faltaba para su anunciado encuentro.

(...)

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