Una noche cualquiera
Como venía siendo ya habitual
últimamente, habíamos salido a cenar y a hablar de nuestras estúpidas historias.
Entre confidencias y planes de negocios, los brindis se acumulaban y no
transcurrió mucho tiempo para darnos cuenta que los efluvios de Baco comenzaban
a tomar las riendas de la noche.
Contaban los clásicos que Baco,
era conocido como el libertador ya que, siendo el dios del vino conseguía
liberar a los comensales de su ser normal, de sus preocupaciones y usuales
cuidados para encaminarlos por la senda del éxtasis, la lujuria y el incorrecto
parecer.
Fuera como fuera, lo cierto es
que habíamos abandonado las rectas formas y la seriedad de la conversación para
afanarnos en resolver cómo debía transcurrir el resto de la noche.
La noche fue transcurriendo entre
bocanadas de tabaco americano y grandes sorbos de ron añejo y en poco tiempo,
el hijo de Zeus y Sémele nos obsequió con un séquito de ménades con las que aspirábamos
a vivir una orgía propia de las bacanales griegas.
Dicen y dicen bien que la
habitual tendencia del hombre a envalentonarse cuando el alcohol rige sus
designios, le llevan a decir lo que piensa y a intentar hacer lo que sus
instintos más básicos le demandan. Cuando ocurre esto, resulta evidente que ya
no se piensa en lo que se dice y ya no se hace lo que se debe, por lo que las
consecuencias siempre serán una incógnita y la resaca traerá consigo un
sentimiento de arrepentimiento que se apodera siempre del individuo cuando ya
no hay vuelta atrás.
(…)
Fuera, el frío arreciaba y el
rocío empañaba completamente las lunas del coche. Por el retrovisor, contemplaba
a mi colega entre jadeos bajo el desnudo cuerpo de una mujer con lindas curvas,
mientras mi compañera de odisea se convertía en la dueña de mis actos al tiempo
que yo, simplemente, me dejaba hacer.
(…)