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Invitación

Si me lo permitís, os quiero contar una historia, pero no la leáis. Vividla mientras os la escribo. Disfruto de los sueños escribiendo sobre ellos, te invito a poner imágenes a mis palabras en el Club de los poetas muertos.

Cada vez que compartes, twuiteas o simplemente reconoces que te gusta, mujeres como María pueden seguir soñando.

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martes, 6 de mayo de 2014

Laura

Laura

Laura era especial, muy especial. Conjugaba con natural armonía la simpatía, la belleza, la inocencia y la candidez. En ocasiones, a él le gustaba llamarla Daphne. Era su musa, su verdadera inspiración y la única razón de su saber estar y con quien era consciente de querer estar. Sólo había un motivo para volver a casa, una razón para no desistir y abandonarse a los designios de la vida. La única razón, era Laura.

Laura representaba la grandeza que el poeta destacó en sus versos de la mujer amada y en el que Garcilaso, Shakespeare y Edmund Spenser encontraron su inspiración. Era la manifestación terrenal del amor, la ideal razón de vivir por alguien y para alguien: Laura.

Laura era exquisitamente sencilla, vestía con espontaneidad y frescura, con elegancia natural. Sabía atraer miradas sin adornos o artificiales lujos, esquivaba con elegancia la cultura de lo superficial y el ornato, pero robaba miradas ocultas por su natural belleza.

Laura era sinónimo de timidez e ingenuidad aparente, utilizaba con mesura la palabra y evitaba acaparar las conversaciones para convertirse en el centro de atención, no perdía el tiempo buscando segundas intenciones o significado a las actitudes y palabras de los demás. Quizás por eso, por ser quien era y por ser como era, era una mujer que atraía corazones.

Laura caminaba por la ciudad, disfrutando del sol de primavera ajena a las vidas de quienes miraban sutilmente sus formas. Vestía unos simples shorts tejanos, pero no pasaba desapercibida.

(…)


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