Laura
Laura era especial, muy especial.
Conjugaba con natural armonía la simpatía, la belleza, la inocencia y la
candidez. En ocasiones, a él le gustaba llamarla Daphne. Era su musa, su
verdadera inspiración y la única razón de su saber estar y con quien era
consciente de querer estar. Sólo había un motivo para volver a casa, una razón
para no desistir y abandonarse a los designios de la vida. La única razón, era
Laura.
Laura representaba la grandeza
que el poeta destacó en sus versos de la mujer amada y en el que Garcilaso,
Shakespeare y Edmund Spenser encontraron su inspiración. Era la manifestación
terrenal del amor, la ideal razón de vivir por alguien y para alguien: Laura.
Laura era exquisitamente
sencilla, vestía con espontaneidad y frescura, con elegancia natural. Sabía
atraer miradas sin adornos o artificiales lujos, esquivaba con elegancia la
cultura de lo superficial y el ornato, pero robaba miradas ocultas por su
natural belleza.
Laura era sinónimo de timidez e
ingenuidad aparente, utilizaba con mesura la palabra y evitaba acaparar las
conversaciones para convertirse en el centro de atención, no perdía el tiempo
buscando segundas intenciones o significado a las actitudes y palabras de los
demás. Quizás por eso, por ser quien era
y por ser como era, era una mujer que atraía corazones.
Laura caminaba por la ciudad, disfrutando del sol de primavera ajena a las vidas de quienes miraban sutilmente sus formas. Vestía unos simples shorts tejanos, pero no pasaba desapercibida.
(…)
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