Sobre la mesa se amontonaban las
vidas, las ideas, las historias sobre las que escribir. En una ciudad como
aquella, siempre hubo poco que contar más allá de lo que ocurría fuera o de los
chismes y rumores de los que vivían dentro. Sólo era noticia lo que ocurría fuera,
lo que se contaba en el resto del país o lo que acontecía en el mundo. En la
ciudad había muy pocas cosas de las que hablar y si algún ilustre personaje
visitaba la ciudad o surgía algo simplemente distinto, se convertía en foco de
atención y de repente, había algo que decir.
La ciudad no estaba acostumbrada
a aquello. Podía ocurrir en América, podía leerse en la prensa o verse en las
noticias de los informativos, pero que algo como aquello ocurriese allí mismo, donde
vivían, donde paseaban, donde disfrutaban y trabajaban, en sus propias casas,
en su ciudad; era algo, cuando menos, inimaginable.
La
tranquilidad, el sosiego, incluso la monotonía, se convirtieron repentinamente
en una añorada necesidad. La ciudad había cambiado. El robo, la corrupción, el
accidente y ahora aquel horrendo crimen. La ciudad, ya no era la misma, la
ciudad había cambiado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario