El
encargo
Laura llevaba tiempo ocupándose
del tema. Hubiera preferido cubrir la noticia del accidente, incluso por su
repercusión, el asunto del asesinato le había parecido de mayor interés
periodístico para la revista. Pero el equipo de redacción había decidido que
aquellos asuntos se tratarían en el periódico, mientras que el tema de los
productos financieros era más propio de un trabajo de investigación que de la
crónica de sucesos, por lo que decidieron que se trataría en la revista
semanal.
Cuando comenzó su investigación, el
asunto no parecía tener mayor relevancia que la de una simple reclamación de
afectados que luchaban, cuál David contra Goliat, por recuperar los ahorros de
toda una vida, de las garras de la entidad bancaria de turno.
Sin embargo, Laura, a medida que
profundizaba en el caso, intuía que había algo más, algo cuya pista acababa
siempre de bruces en la antesala de lujosos despachos, lo que, sin duda, le
invitaba a tirar del hilo.
Había comenzado su trabajo en los
edificios del Juzgado. Decidió reunirse con la joven procuradora que
representaba a los afectados. Era una mujer dinámica, simpática y dulce.
Sorprendía que fuese capaz de mantener una conversación medianamente
inteligible al tiempo que atendía el incansable teléfono móvil que, durante
toda la entrevista, jamás dejó de sonar. Mientras recorrían los pasillos del
moderno edificio, la joven despachaba con soltura las llamadas y las
solicitudes de los funcionarios que reclamaban su atención sobre temas de lo
más diverso. Sin embargo, la joven no parecía alterarse y respondía con
amabilidad a cada una de sus preguntas.
Laura había averiguado el nombre
del abogado que había aceptado llevar la causa al tribunal y supo, por la
procuradora, que el asunto se encontraba en punto muerto. El Juez había
decidido someter la cuestión a un equipo de expertos mediadores que intentarían
encontrar una solución amistosa con la entidad financiera.
Sin embargo, Laura también
descubrió que aquél no era el único asunto denunciado, que los casos se amontonaban,
que el número de afectados crecía día a día y que surgían por toda la
geografía.
No pudo evitar que un dato
llamase su atención, en todos los casos parecía existir un denominador común;
la entidad financiera y los nombres de quienes parecían partir todas las decisiones.
En aquella historia había algo más y Laura decidió que tenía que investigarlo.
Antes de despedirse de la joven,
había conseguido arrancar su compromiso de facilitarle una entrevista personal
con los afectados y con su abogado. De una u otra forma, había que obtener
datos y aquella le parecía la forma más eficaz y rigurosa de obtener
información, acudiendo a la fuente, y no se equivocó.
Tras despedirse e intercambiarse
los números de teléfono, Laura salió del edificio. Fuera hacía frío y llovía.
El viento azotó su rostro y pronto su mente dejó de lado el motivo que la había
llevado allí. Aún recordaba aquella noche. Lo cierto es que no podía dejar de
pensar en ello, no podía evitarlo y la verdad es que le gustaba. Envío un
mensaje desde su celular y montó en el taxi que acababa de llegar para
recogerla.
(…)
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