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Si me lo permitís, os quiero contar una historia, pero no la leáis. Vividla mientras os la escribo. Disfruto de los sueños escribiendo sobre ellos, te invito a poner imágenes a mis palabras en el Club de los poetas muertos.

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domingo, 16 de febrero de 2014

Año 1974. Mayo, día treinta y uno. San Sebastián

Año 1974. Mayo, día treinta y uno. San Sebastián

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No era la primera vez que oía hablar de aquél lugar, pero sí fue la primera ocasión que tuve de conocerla. Aún no sabía si mi hermana había llegado al mundo y por aquél entonces, con seis años mis inquietudes eran otras, más propias de la infancia y más lógicas en un niño que con los años volvería sobre sus pasos y regresaría a Donosti. Cuando hoy en día pienso en los avatares que me unieron a esta ciudad, simplemente, me estremezco.

En Mayo de 1974 conocí San Sebastián. Había oído en casa no pocas historias de ciertos lazos que me unían genealógicamente con aquella ciudad. Mis ancestros, según contaban, habían sido gentes de posibles en aquella lejana edad Media en la que las tierras Navarras y sus señores, luchaban por conseguir una salida al mar. Había oído contar entre sueños, como ascendientes con común antroponimia al apellido de mi familia, redactaron los pergaminos que sirvieron al rey Sancho IV de Navarra para conceder el fuero de villa a la ciudad por la que ahora paseaba mientras mi hermana venía al mundo.

Nunca fui un chaval de buenos modos y aún hoy con los años, las formas o mejor dicho las buenas formas, no son lo que más pueda destacar de mi carácter. Así pues, se entenderá que mi breve estancia por la calles de aquella ciudad no fue lo suficientemente breve como para evitar que metiese en más de un embrollo infantil. 

En apenas trescientos metros, había logrado el llanto de una niña que jugaba a la comba, la sorpresa de unas ancianas a las que logré derramar el café sin recibir reprimenda y en tan sólo media hora había logrado como botín los juguetes con los que un par de críos se disponían a bajar a la playa.

Mientras mi abuela se afanaba en mil disculpas con las señoras del café, yo jugaba con los juguetes recién adquiridos al tiempo que burlonamente hacía muecas a la niña a la que había tirado de la coleta.

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