¿Os imagináis la mejor historia
jamás contada?
Si existiese, sin duda alguna
sería aquella que se cuenta mientras se escribe y se escribe por todos los que
la cuentan. Por eso, desde la atalaya del anonimato os reto a continuar
contando una historia que empieza hoy, desde un lugar cualquiera, por el simple
placer de escribir y de leer, por la simple necesidad de imaginar un final
incierto.
PPSMMP
Esta historia comienza hoy, un
veinticinco de enero del año 2014, un día cualquiera en la vida de muchos de
los que os contarán cuándo, dónde y cómo surgió una forma distinta de crear y
contar una idea inimaginable.
Las experiencias, los sueños, los
dramas, las vidas y las inquietudes que estáis a punto de descubrir, son tantas
como los protagonistas que a lo largo de este hilo comienzan hoy su infinito
peregrinaje.
Una historia, un poema, una
novela, un relato que tiene su inicio y su trama, pero del que jamás se
conocerá su desenlace. Simplemente, una historia sin Fin.
Cuál mensaje en una botella, los encriptados
bytes que hoy se gestan en mi pantalla comienzan un incierto camino a ninguna
parte, recalando en los puertos que la virtualidad de la red tengan a suerte decidir.
(…)
Año 1968. Agosto. España
Por aquél entonces llegó a este
mundo una vida inocente en un lugar que, al menos hoy, prefiero ocultar. Su llanto rompió el sofoco
del instante y entre la angustia del momento y el insufrible bochorno, anunció
su llegada a los allí presentes.
La ajada matrona que asistía al
parto apenas tuvo tiempo de anunciar a la madre el sexo de su progenie, cuando,
entre prisas y abruptos pasos abandonó la estancia. Una joven e inexperta
asistenta, aún movida por la emoción del instante, acogió entre sus brazos
aquél nacimiento al tiempo que lo arropaba entre frías sábanas de hospital.
Fueron aquéllos los primeros
labios en besar su rostro y su sonrisa, la primera bienvenida amable a la vida de
la que aquél diminuto ser, disfrutó. Aún breve, fue intenso aquél instante.
Elisa, como al parecer se llamaba
la asistenta, pronto cedió la emoción del momento a la sufrida madre que aún
entre llantos y dolores, se afanaba por tener entre sus brazos la ilusión de su
vida contenida durante meses.
Al otro lado de la puerta de
aquella habitación, blanca y huérfana de ornamento, el irrespirable ambiente de
un angosto cuarto de espera ocultaba la figura de un hombre alto, apuesto, rudo
de carácter pero abandonado a los inevitables nervios de un padre primerizo.
Mientras apuraba su último
cigarrillo, repasaba preocupado las necesidades a las que pronto debería enfrentarse
para dar a su hijo lo que nunca había recibido de sus padres. Aunque frío de
sentimientos y no muy dado a las alegrías fáciles, no puedo por menos que
disfrutar orgulloso del momento. Difícil sería discernir si el motivo de su
orgullo era su reciente paternidad o la hombría de su heredero, aunque con
probabilidad, la virilidad era un importante argumento del que alguien sin
posibles, dura vida y escasa oportunidad de estudios, podía presumir.